Era ya el atardecer. Un joven, conocedor de las artes marciales, estaba sentado plácidamente en un parque. Frente a él, había una pareja de ancianos que disfrutaba de la tranquilidad de la tarde.
De repente, un hombre corpulento aparece en el paseo. Su forma de caminar indica que está ebrio. Se detiene frente a los ancianos y empieza a insultarlos. El joven se levanta de su asiento y se dirige al banco de los ancianos. No está dispuesto a que se atropelle a dos indefensos ancianos.
La decisión del joven está clara. Tendrá que acudir a la fuerza para dominar al insolente, aunque sabe, por sus enseñanzas, que sólo debe recurrir a la fuerza en caso extremo.
Cuando el joven está a punto de ponerle las manos encima, oye la suave voz del anciano que le dice: "Alto ahí". El joven y el borracho quedaron paralizados. El que está ebrio, por un instante, mira con desprecio al anciano y quiere darle una lección al entrometido.
Por segunda vez se oye la voz del anciano que, con mayor énfasis, dice: "¡No quiero que peleen! Primero vamos a hablar!". Y alargó su mano al borracho al tiempo que, con cierta ternura, le preguntaba qué era lo que le estaba pasando.
Momentos más tarde, el joven que creyó que, con la aplicación de la lucha aprendida en las artes marciales, resolvería el problema, vió como el ebrio, sentado al lado del anciano se desahogaba y lloraba como un niño.
De retorno a su casa comprendió que, en su vida, las artes marciales habían sido muy importantes, pero ahora tenía claro que en la vida humana hay armas tan poderosas como las artes marciales y que eran la fuerza de la palabra y del amor.
De repente, un hombre corpulento aparece en el paseo. Su forma de caminar indica que está ebrio. Se detiene frente a los ancianos y empieza a insultarlos. El joven se levanta de su asiento y se dirige al banco de los ancianos. No está dispuesto a que se atropelle a dos indefensos ancianos.
La decisión del joven está clara. Tendrá que acudir a la fuerza para dominar al insolente, aunque sabe, por sus enseñanzas, que sólo debe recurrir a la fuerza en caso extremo.
Cuando el joven está a punto de ponerle las manos encima, oye la suave voz del anciano que le dice: "Alto ahí". El joven y el borracho quedaron paralizados. El que está ebrio, por un instante, mira con desprecio al anciano y quiere darle una lección al entrometido.
Por segunda vez se oye la voz del anciano que, con mayor énfasis, dice: "¡No quiero que peleen! Primero vamos a hablar!". Y alargó su mano al borracho al tiempo que, con cierta ternura, le preguntaba qué era lo que le estaba pasando.
Momentos más tarde, el joven que creyó que, con la aplicación de la lucha aprendida en las artes marciales, resolvería el problema, vió como el ebrio, sentado al lado del anciano se desahogaba y lloraba como un niño.
De retorno a su casa comprendió que, en su vida, las artes marciales habían sido muy importantes, pero ahora tenía claro que en la vida humana hay armas tan poderosas como las artes marciales y que eran la fuerza de la palabra y del amor.
*.*Dios mediante*.*
-*-Bendiciones infinitas-*-
.*.Se les quiere mucho.*.
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6 comentarios:
Hola Angelica!!! tus blogs son preciosos...y con mucho contenido..te sigo,recibe un abrazo fraterno y que Dios te bendiga!!
Amiga, que bella esta reflxion, siempre e creido en la fuerza del amor y la palabra si sabemos emplearlas no necesitamos mas. Un gusto leerte y pasar a saludarte, gracias por no olvidarme y por tu linda amistad, Besos y cuidate mucho.
Hola Angélica,,,,¡¡ que hermosa reflexión nos entregas!!!!!!!
Besitos!!!!!!!!!!!!!!!
Para ti, un merecido “Premio Palabras como rosas”
http://www.marthacolmenares.com/2009/05/25/fiesta-de-premios/
Abrazos
Hola Angélica. En mi blog te espera un regalito. Espero que te guste.
Un besito y feliz fin de semana.
muy buena reflexión :) ya sé que el comentario es de perogrullo...
besos :)
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