viernes, 17 de junio de 2011

No hay que temer.

Temía estar solo(a), hasta que aprendí a quererme a mí mismo(a).

Temía fracasar, hasta que me dí cuenta de que únicamente fracaso si no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta de que de todos modos opinarían de mí.

Temía que me rechazaran, hasta que entendí que debía tener fe en mí mismo(a) y en Dios.

Temía al dolor, hasta que aprendí que este es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo(a).

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que no podía herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta cuando vislumbré la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan más vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que, al final, siempre hay algo más.

Tomado del libro:
"Vitaminas diarias para el espíritu 2"

Editorial Paulinas.


.:*:.Hasta la próxima sonrisa.:*:.
*.*Dios mediante*.*
-*-Bendiciones infinitas-*-
.*.Se les quiere mucho.*.

2 comentarios:

Indira Marcano dijo...

Excelente texto amiga como siempre. Feliz fin de semana.

Besitos

Angelo dijo...

Cuando seguimos a Cristo, todos nuestros temores pierden su sentido. Basta abandonarse a El.
Un abrazo